Thursday, April 7, 2016

El Almacén de telas de papá.


Esta historia es muy cortita, esta mañana desperté con esta idea… lo maravilloso que es estar en un almacén de telas… ese olor tan particular que tienen las telas nuevas… y ese sonido tan cortante, firme y definido que hace la tijera sobre la tela que se está cortando.

Pensar solo en telas no hace ningún sentido, ni cómo escribir sobre eso… pero se puede hablar de telas si se le da forma y color en una historia…

He sentido la necesidad de crear algo con mis manos y en una máquina voy a probar talento, me he comprado una máquina de coser, que aún no estoy muy diestra en su manejo y al fin me decidí y entré al  almacén de telas.. Voy a hacer muñecas de trapo, sus trajecitos serán de coloridos y bellos estampados.

DejaVu… eso es lo que sentí al entrar al almacén…. Vino a mi memoria recuerdos que estaban catapultados no sé dónde.

Me sentí como entrar en un túnel… un túnel con olor a tela, miraba de lado a lado y veía colores vivos, estantes de pared a pared abarrotados de telas de todos los colores y texturas… eso me llevó a un recuerdo olvidado, a una pequeña niña que vivía en la “Casa Grande”, su padre un hacendado muy respetado en la zona, dueño de casi  todo el pueblo, en sus dominios, dentro de lo que se llamaba “La casa grande” donde el patrón vivía con su familia, había caballerizas, una capilla, despensa de vivieres, ferretería donde se vendían motores y repuestos para las embarcaciones, armas y hasta un almacén de telas, que era mi refugio, mi padre un hacendado comerciante, muy ocupado en múltiples negocios, no tenía ni tiempo ni paciencia para perder su tiempo con esos “ mocosos” que por temor lo llamaban Señor.

Yo, siendo la menor… un espíritu libre reprimido, pasaba mucho tiempo divagando en mi imaginación y mi refugio era el “almacén de las telas” allí pasaba horas…. Mirando y tocando las telas y haciéndoles compañía a las mujeres encargadas del lugar.

Ese olor se impregnó en mí y el recuerdo de estas mujeres que 
tenían que cargar esos tubos tan pesados de talas para recortarlos y volverlos a poner con mucho esfuerzo en las perchas, esas perchas estaba tan llenas que ya no había lugar para un tubo más!

Nunca tuve una explicación de lo que paso. Con mi madre y hermanos nos fuimos de la “Casa Grande”, fuimos a la ciudad, 
mamá  siempre resolvía todo…. 

Teníamos una nueva casa, ya no teníamos maestras privadas, íbamos a una escuela pública y mamá empezó a trabajar, ya no teníamos servidumbre y las tareas del hogar eran compartidas entre todos. Mamá trabajaba desde la mañana hasta la noche, compró una máquina de coser y nunca se paraba de esa máquina hasta terminar cerros de cerros de piezas que alguien contaba y le pagaba según la cantidad.

Todas las semanas nos llegaban víveres, quesos, leche, gallinas, de parte de “la casa grande” nos alegrábamos con mis hermanos al recibirlo, pero  nunca llegaron letras de papá.

Poco a poco los víveres fueron llegando más espaciados, hasta que finalmente dejaron de llegar… el tiempo pasó, al cabo de unos años, todos fuimos a la “Casa Grande”, ya no la  veía tan grande, el pasto ya no era tan verde… las caballerizas estaban cerradas, la iglesia era un granero… corrí a buscar mi refugio… mi almacén de las telas, ya no  tenía ese olor a tela nueva... los estantes estaban vacíos… uno que otro encaje colgaba de las perchas y los tubos de cartón donde venían enrolladas las telas, rodaban por todo lado… habían saqueado mi almacén!

Mamá fue a arreglar algunos asuntos y a que le demos el último adiós al Señor; nuestro padre.

Fue la última vez que vi “la casa grande”

María Elena

Maggy